jueves, 25 de noviembre de 2010

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Esta historia transcurre en la Francia de 1900. En los comienzos de un durísimo invierno. Marie, es una niña de once años que vive en una antigua casa parisina. Una de esas casas donde trece edificios de departamentos, convergen al mismo patio exterior.
Desde hace semanas, ha comenzado con un dolor en el pecho que se hace paralizante al toser. El médico ha venido a verla y ha dado el diagnóstico que su madre mas temía. Tuberculosis. A principios de siglo y sin antibióticos, esta infección es casi siempre una garantía de muerte. El doctor, ha sugerido que la niña se mantenga en reposo y ha recomendado a su madre que no la dejen demasiado tiempo sola.

- “La niña, como casi todos estos pacientes” ha dicho el medico “tiene mas posibilidades de curarse si le da pelea a la enfermedad. Si Marie dejara de luchar por si vida moriría en algunas semanas”. Y agregó: “Estoy seguro de que si la mantenemos calentita, bien alimentada y con muchos deseos de vivir, cuando el invierno pase, ella estará absolutamente fuera de peligro”.

La madre ha mirado el calendario y ha comprobado que faltan todavía dos largos meses para que llegue la primavera. Como ninguno de sus compañeros de clase vendría a verla, por el comprensible aunque injustificado temor al contagio la madre ha llamado a la maestra, que se acerque a la casa a darle algunas clases, aunque sea para acortar un poco sus días de reposo. Ha movido todos los muebles y ha llevado la cama de Marie junto a la ventana en la planta baja. Desde allí verá el patio interior, el ciprés en el centro del jardín, las enredaderas, las ventanas de los otros dos edificios y a la gente pasar de ida y de vuelta de sus ocupaciones.

El invierno se vuelve más y más frío. La niña se agrava. Un día la espectora con sangre y se asusta. Le dice a la madre que tiene miedo de morirse y mientras ella la abraza llorando, tratando de que su hija no lo note, la niña señala al patio y le cuenta:

- “Mira mami, ¿ves esa enredadera en la pared del edificio de enfrente? Hace semanas estaba llena de hojas. Algunas más verdes, otras mas amarillas… Mírala ahora que pocas hojas le quedan. Acabo de pensar, que cuando la última de las hojas de la enredadera caiga, mi vida… mi vida también llegará a su fin.
- “No tienes que pensar esas cosas” dice la madre, acomodando las almohadas y secándose las lagrimas de espaldas a la niña. “En primavera todas las enredaderas fabrican nuevas hojas, y la vida verde, vuelve a nacer”.

- “Pero son otras hojas” ha pensado la jovencita sin decirlo.
La niña, empeora día a día. Su ánimo decae en la misma magnitud que su estado general. Hasta que una mañana la madre descubre a Marie muy interesada, mirando hacia arriba por la ventana. Sin que ella se de cuenta, se acerca tratando de ver, qué es lo que llama la atención de su hija.

Se trata de un pintor, que junto a la ventana en el tercer piso pinta con colores vivos, imágenes de París. Notredame, Montmartre, el Moulin Rouge… La niña esta fascinada y la madre, alegre. Algo por fin ha capturado su interés, quizás ella pudiera convencer al pintor de ayudar.

Esa misma tarde, la madre cruza el edificio de enfrente y le implora al joven y estrafalario artista que se acerque a su casa, aunque sea de vez en cuando para charlar con Marie. Ella por su puesto le pagará lo que pida. Con angustia le dice: “Su vida…su vida ¿sabe? quizás dependa de que usted acepte este pedido. No es por el dinero, sino por la pena que le da la niña, el joven artista empieza a bajar una o dos veces por semana, llevando sus telas y algunos colores para hablar de pintura y animarla a que dibuje y pinte. Durante semanas, crece entre ellos una extraña amistad. Y una tarde, cuando el pintor baja a verla, encuentra a Marie llorando.

- “¿Qué sucede mon cher?” le pregunta

Marie le cuenta de su relación con la enredadera y le dice:

- “Ayer cuando te fuiste, conté las hojas que quedaban. ¿Sabes? De las miles que habían entre sus ramas quedan nada mas que 28, y yo se lo que eso significa. Si se cayeran todas hoy mismo, no habría un mañana para mi.

El pintor le dice a Marie que una asociación como esta es una tontería, y que la vida seguirá de todas maneras. Ella no tiene que pensar en esto, tiene que practicar las escalas de colores, tiene que dibujas las manzanas que el le pidió. Si no, nunca llegará a exponer cuadros. De hecho, le cuenta, gracias a haber practicado mucho él mismo, debe embarcar hacia América, para una exposición.

Marie entristece. El mundo se le derrumba. Y mientras el pintor habla, un viento fuerte arranca tres hojas de un golpe y las deja caer violentamente en el patio.

- “Volveré en Mayo a mas tardar” está siguiendo el pintor. “Allí, si has practicado, iremos a pintar en la campilla y te enseñaré a pintar con oleos.

- “No se si estaré cuando regreses, pintor” contesta Marie. “Depende…depende de la enredadera”.

El artista, que se ha encariñado con la jovencita, la abraza y le indica cómo hacer para ocuparse de pintar manzanas, hasta que el regrese.

Cada día, la niña controla desde su ventana la cantidad de hojas que quedan en la enredadera. Cada mañana, registra un dolor en el pecho cuando comprueba que en la noche, alguna de sus acompañantes ha caído para siempre.

- “¿Qué pasa, hija?” pregunta la madre después de una agitada y febril noche.

- “Mira mamá” dice Marie señalando por la ventana. “Sólo quedan tres hojitas. Una abajo, junto al cantero ¿la ves?, otra en la mitad de la pared y una mas, solita, arriba del todo, al lado de la ventana del pintor. Tengo miedo mamá.

- “No te asustes” contesta la madre, con una convicción que no tiene. “Esas hojitas van a aguantar, faltan nada mas que dos semanas para que llegue la primavera”.

La mirada divertida de Marie se ha vuelto una obsesión de control de las pobres tres hojas.

Una noche, en medio de una feroz tormenta de viento y lluvia, la hoja de en medio se suelta de su amarre y vuela lejos. Marie, no dice nada, pero redobla sus rezos para pedirle al buen Dios que proteja sus dos únicas hojas.

- “Mamá” gritó una mañana “¡Mamá! Ven aquí mamá”

- “¿Qué pasa hija?”

- “Queda solo una mami…solo una. La de abajo del todo de cayó anoche. Me voy a morir mamá. Debes tener fe hijita. Además…además falta muy poco y todavía queda una hoja”.

- “Si, pero hace un rato la vi temblar…Tápame mamá. Tengo frío”.
La madre la arropa con sus cobijas y sale por unos paños fríos. La niña vuela de fiebre. En los pocos momentos en que Marie está despierta, mira por la ventana a la única hoja que todavía resiste. La pequeña hoja marrón-verdoso, solitaria, que se aferra a la punta de la enredadera. Y la niña cruza instintivamente los dedos, pidiendo, internamente, a la hojita, que resista para que ella también pueda salvarse.

Y la hoja, resiste. Nieve. Lluvia. Viento. La hoja resiste. Y una mañana, mientras Marie mira a su esperanza, ve que un rayo de sol ilumina la hoja y descubre que a su lado, mas abajo, en la enredadera, hay pequeños brotes verdes, que han empezado a nacer.

- “¡Mami, mami! La hoja ha resistido. Llegó la primavera mami, ¿no es maravilloso?”

Y la madre dice: - “Si hija. Es maravilloso”. Pero no está pensando en la enredadera, sino en que su hija, también se ha salvado.

Pasan los días. La niña sigue mejorando. Y su primera salida a la calle, es al edificio de enfrente ha preguntar por su amigo el pintor. La casera se sorprende de verla y la besa con sincera alegría.


- “Me pone contenta que estés bien” le dice. “Tu amigo el pintor todavía no volvió, pero me aseguró que en unas semanas lo tendremos aquí. Mando esta carta para ti”. Y le alarga un sobre, desde América que dice “Para entregar a mi amiga Marie”.
Marie rasga el sobre. Está tan excitada. 
"Hola Mari. Tal como ves, todo ha pasado. Para cuando leas esto faltaran días para retomar nuestras clases de pintura. Yo he comprado nuevos oleos y nuevos pinceles, así que quiero regalarte los que fueron míos. Dile a la casera que te abra mi departamento, y llevate mis cosas. Practica mucho. Recuerda las manzanas."

La niña salta de alegría. Entra en la pequeña buhardilla por sus pinturas. Una vez allí, se acerca a la ventana para recoger el atril del pintor y ve desde el cuarto, su propia cama en el edificio de enfrente. Marie abre el ventanal e instintivamente busca su amiga la hoja heroica. La que aguanto todo. La más fuerte de todas las hojas. Y la ve. Está allí. En la pared. A un costado. Muy cerca del marco de madera de la ventana. Pero no es una hoja verdadera. Es una hoja pintada para ella en la pared de ladrillos, por su amigo el pintor...."
-Jorge Bucay..
Siempre me gusto este cuento... siempre nos espera una esperanza, siempre nos aguarda un final...

domingo, 21 de noviembre de 2010

El grito de la Gaviota - Enmanuelle Laborit -

Año  de compromiso, político también. Participo en manifestaciones en favor del reconocimiento de la lengua de signos. Para mí, éste es positivo, constructivo. Quiero formar a los sordos. Quiero ser una militante. Quiero que dejen de prohibir mi lengua, que los niños sordos tengan una educación completa, que se cree para ellos una escuela bilingüe. Es absolutamente preciso que en Francia se promocione la lengua de signos, que su enseñanza no este reservada a una minoría, a una élite, y que dejen de prohibirlo. En este tema mi madre me deja hacer:
-         Si es importante para ti, adelante.
Mis padres, me permiten ya muchas cosas, pero yo hago más aún. Ellos no saben, por ejemplo, lo sabrán por un rumor, que me reúno con mi pandilla en el metro de la opera. Es la base de los sordos de aquella época, el pequeño gueto donde se cuenta, se comenta se organiza todo entre los sordos. Los jóvenes oyentes hacen eso en otros lugares, en los descampados, en patios de casas.
La gran diferencia es que cuando un sordo encuentra por vez primera a otro sordo, los dos se cuentan… historias de sordos, es decir, su vida. En seguida, como si se conocieran desde siempre. El dialogo es inmediato directo, fácil. No tiene nada que ver con el de los que oyen. Una persona que oye no se lanza sobre otra al primer contacto. Conocerse el lento, prudente, se necesita tiempo para ello. Se precisa gran número de palabras para decir las cosas. Ellos tienen un modo de reflexionar, de construir su pensamiento, diferente al mío, al nuestro.
Un oyente comienza una frase oír el sujeto, luego el verbo  y finalmente el complemento, y después de todo <<la idea>>. “Yo he decidido ir al restaurante a comer ostras”.
(Me encantan las ostras)
En lengua de signos* uno expresa primero la idea principal, y seguidamente se añaden eventualmente los detalles y adornos de la rase. Si comer es el objetivo principal, este, es el primer signo de la frase, para los detalles puedo hacer kilómetros de signos. Parece ser que soy tan aficionada a los detalles como a las ostras
Además, cada uno tiene su manera  de hacer signos, su estilo. Como voces diferentes. Hay los que se extienden durante horas. Y los que abrevian. Los que hacen signos en argot o al modo clásico. Pero entre sordos, conocerse es cosa de segundos.
Nosotros nos conocemos desde el principio. ¿Eres sordo? Yo soy sordo. La cosa ya se a puesto en marcha. La solidaridad es inmediata., como dos turistas en un país extranjero. Y la conversación va seguida a lo esencias. ¿Qué es lo que haces? ¿A quién quieres? ¿Con quién vas? ¿Que es lo que piensas de Fulano? ¿A dónde vas esta noche?
Con mi madre la conversación también es franca, directa. Ella no es como los oyentes que se esconden a menudo tras las palabras, que no expresan profundamente las cosas.
Educación, conveniencia, palabra que no se dice, palabra sugerida, palabra evitada, palabra grosera, palabra prohibida o palabra aparente. Palabras no dichas. Palabras que son como un escudo.
No ahí ningún signo prohibido, escondido, sugerido o grosero. Un signo es directo y significa simplemente lo que representa. Quizás de un modo brutal para una persona que oye.
Cuando era pequeña, era impensable que me prohibieran por ejemplo señalar alguna cosa o a alguien con el dedo. No me dijeron “¡No hagas eso, es de mala educación!”
Mi dedo designaba a un ser, mi mano que cogía un objeto eran ya mi comunicación. Yo no tenia ninguna prohibición de comportamiento gestual. Expresar que se tiene hambre, sed  o dolor de barriga. E visible. Que uno ama es visible, que no ama es visible. Eso quizás molesta, esta visibilidad, esta ausencia de prohibición convencional.

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*En la Lengua de signos española la estructura es diferente.  Se comienza por el Tiempo + espacio +sujeto + objeto y finalmente el verbo. Aunque siempre se puede cambiar pero en estructura básica, así es. Ya podre más cosas de estructura cuando las vaya aprendiendo!.

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